lunes, 7 de marzo de 2016

Cortinas Caladas

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Detrás de cada persona hay una historia. Y en esta entrada voy a hacer un pequeño homenaje, repasando ligeramente, la de una mujer que ha vivido el bordado calado,  desde la niñez, formando parte como la mayoría de las mujeres canarias, de un oficio convertido en la expresión máxima de la cultura de las islas.
Especial reconocimiento a Quiteria, y recuerdo, a la isla de Fuerteventura y lugar donde se desarrolló su niñez y las primeras experiencias de vida.

Quiteria Picón Hernández, se crio en una de las islas más bonitas del archipiélago canario, Fuerteventura, y posiblemente una de las más duras para sobrevivir, en un tiempo donde el turismo todavía no había hecho acto de presencia.
Su padre, un joven que después de pasar por la guerra, tuvo que seguir haciendo la  mili, pidió destino en ese rincón del mundo, pensando que sus ideas políticas estarían más a salvo que en cualquier otro punto de  España.
La Casa de la Marquesa
Y allí al norte de la isla, en el municipio de la Oliva, en la misma casa de la Marquesa o los Coroneles, ocupada en ese momento por los militares, Diego Picón,  cumplió el servicio militar. Tiempo suficiente para conocer a Carmen Hernández, la joven majorera con la que formó una familia.
Los padres de Carmen, Francisco Hernández y María Suarez, vivían, en las casas de la Rosa, ubicada entre la Casa de la marquesa y a la vera de la  montaña, el Frontón, como medianeros en las tierras, de la Marquesa de la Quinta Roja, la última que ocupó la mansión hasta pasar a manos estatales.  Ellos forman parte de la historia viva de esta casa, convertida hoy en patrimonio nacional.

al fondo, "la Casa Rosa"
Dicen que Fuerteventura fue una isla de señorío y seguramente al albur de este, los lugareños obtuvieron trabajo en sus tierras, donde la principal actividad era el cultivo de cereales; cebada, trigo, centeno, además de legumbres y algunos árboles frutales, lo que permitía el consumo interno  y cuando las cosechas eran más proliferas en tiempos de lluvia, también la exportación. No era fácil sobrevivir en una isla donde la precariedad de las lluvias era constate, por lo que las técnicas agrarias y riego, eran peculiares para sobrevivir a las sequias.
El Rincon de la Cochina
En este entorno rural y de trabajo,  Quiteria Picón Hernández vivió toda su niñez y parte de juventud, junto a sus padres y hermanos, a la sombra de la casa de la Marquesa, en las humildes casas, del “Rincón de la Cochina” como lo llamaban ellos. Y como la mayoría de las jóvenes a muy temprana edad, empezó a interesarse por el bordado calado.
El calado Majorero es muy bien mirado, en unas islas donde ésta artesanía era en tiempos, complemento económico en todas las familias, donde hubiera mujeres suficientes, para cumplir con todas las tareas de la casa y en el tiempo libre que les quedaba, lo dedicaban  al bordado. Se realizaba en el ámbito familiar para las tiendas o negocios encargados para su distribución.
Pequeños y grandes telares eran la estampa de las mujeres calando a la puerta, un recuerdo imborrable de Quiteria, que desde muy pequeña quería emular. Y así entre juegos y faenas caseras, siempre quedaba un momento para intentar hacer lo que veía a sus mayores, sobre todo a su tía Regina, una mujer, entonces, joven que atraía a las niñas hacia este oficio convertido en arte con manos laboriosas y expertas.
Quiteria Picón Hernandez
Las mujeres ya curtidas en el oficio de calar se ocupaban de pasar esa sabiduría a las más jóvenes, dispuestas siempre a recoger el testigo para seguir ayudando a la economía familiar.
Lo que seguramente entonces no sabían, es que además estaban contribuyendo a darle categoría de artesanía a un oficio, que el tiempo ha sabido valorar como se merece, a pesar de que ya, no cumpla de manera general, de complemento económico.
Hoy se vuelve a calar con el primor y exigencia que uno mismo se impone porque la mayoría de los bordados, a diferencia de entonces, se quedan en casa. Se borda por placer y como en todas las cosas, se mejora y sigue habiendo mujeres, que han dedicado tiempo a recuperar modelos de calados antiguos, para ponerlos en valor y que no se olviden.
 Quiteria Picón, cala como los ángeles, la  destreza con la que borda  es el resultado de muchos años sin dejar de calar, porque lleva en la sangre la necesidad y costumbre de algo que forma parte de su vida. Su interés por aprender fue desde muy pequeña. No siempre su tía Regina, podía prestarle la atención que ella quería, y cuando no era así, ella misma se aventuraba, con retales de tela que encontraba, a haciendo su propio bastidor, pequeñito, con la parte dura de las hojas de las palmeras. Era un juego para ella.
Viges, hace años, cuando aprendia a calar.
El resultado de sus calados no son de tres cursos… son de toda una vida, y ello se nota en la soltura y rapidez que tiene. Lo difícil hecho por ella, parece fácil.Hoy Quiteria es una mujer jubilada que sigue sin perder la costumbre de calar y estos dos meses de vacaciones, que ha pasado en casa de Viges, ninguna de las dos han perdido la ocasión de bordar. Creo que en alguna de las primeras entradas de este blog, ya explicaba que Viges aprendió de ella este oficio, cuando cada año, pasaba días de vacaciones en la isla.
Y estos dos últimos meses, aprovechando el buen hacer de esta caladora, Viges marcó unas cortinas, que para Quiteria, ha sido como coser y cantar, (nunca mejor dicho) y el resultado es el que se ve…un trabajo impecable, difícil de superar.

Enhorabuena, Quiteria, gracias por enseñarnos y seguir contribuyendo a conservar esta bella artesanía.
MARÍA CALZADA



 Tambien bordaron este mantelito.


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